Nairo Alexander Quintana Rojas, es un verdadero hijo del campo, de Luis Guillermo y Eloísa. Hermano de Nelly Esperanza, Willington Alfredo, Lady Jazmín y Dayer Uverney. Yeimi Paola es su novia y Mariana su querida hija. La familia. Su principal soporte y en el que se refugia. Orgulloso de ella y de sus raíces campesinas. “El negro”, le llaman.
Nairo Quintana, un campeón precoz. Segundo en su primer Tour de Francia y ganador en su primer Giro de Italia. De rosa, aunque su vida ha tenido otro color y bien lo saben Guillermo y Eloísa que acompañan a su hijo estos días en el Giro, junto con Paola y la pequeña Mariana.
Quintana conquista hoy el Giro de Italia, después de superar caídas y enfermedades, de pensar que no llegaría a Trieste, de querer bajarse en el Stelvio atenazado por el frío. Pero siguió y triunfó. Un paso de gigante, como el mismo ha calificado. La vida le va rápida al colombiano. Y él se agarra con fuerza a ella. Indomable. Solo piensa en mejorar para un día ganar el Tour de Francia.
El segundo puesto del año pasado le abrió los ojos. A toda velocidad. “La vida me empuja. He crecido bastante rápido con la ayuda de aquellos que están a mí alrededor, he aprendido mucho y dado algunos pasos gigantes. En comparación con hace cuatro años, no hay punto de comparación. Muchas cosas han cambiado. Me siento como si yo fuera un hombre capaz de hacer grandes cosas en el ciclismo, de montar un espectáculo para los aficionados que me siguen. Espero que Nairo Quintana esté aquí por mucho tiempo”, confesó tras alcanzar el sábado el Zoncolan.
A su lado, Eusebio Unzué, mánager del Movistar Team, apuesta por la paciencia, el paso a paso, pero su pupilo se le escapa. En el director deportivo José Luis Arrieta ha encontrado su guía en carrera. Y en Jonathan Castroviejo, su protector con el dorsal y un amigo fuera de la competición. “Aquí he encontrado una familia, ya forma parte de mi vida, y espero estar aquí muchos años”, insiste siempre.
Quintana vive y respira a más de 2.500 metros de altura en La Concepción, alto de El Morán, del municipio de Cómbita, “de ahí es su alma”, dice su padre Guillermo, aunque nació en Tunja, la capital de Boyacá. La vida no se la puso fácil. Enfermo hasta los tres años, tentado de difunto, alguien que había sido tocado por un muerto tocó, cuentan, tocó a su madre embarazada. “No es mentira”, aclara. “Pienso que si mucho lo que sufrí de bebé, digo que Dios me dio una nueva oportunidad para hacer una cosa buena, para destacar en algo, y aquí estoy”, afirma.
Su padre, inválido desde los ocho años, vendía frutas y verduras, tenía vacas, cerdos y conejos, y él ayudaba. No niega su pasado campesino, es más, está orgulloso, pero niega que no tuvieran para vivir. “No me gusta que por ser colombiano y andino la gente piense que éramos muy pobres… Nuestro sentido de pobre era que no teníamos para darnos lujos. Que haya ido en bicicleta al colegio no era porque no tuviese para el autobús, porque lo teníamos, o si no tampoco podría haber ido nunca al colegio… Trabajé desde pequeño con mi padre porque era inválido, y eso nos enseñó a luchar y a tener dinero”, zanja en las entrevistas.
El bachillerato lo hizo en la Escuela de Arcabuco, a 16 kilómetros de su casa, y bajaba, y subía, en bicicleta. Entonces empezó a pedalear cada día, con 15 años, con “un montón de hierro”, según relata su padre, hasta que le pudieron comprar una bicicleta más moderna. Pronto, empezó a destacar, nadie le alcanzaba.
Una vida que ha definido su personalidad; dicen que ha heredado la serenidad de su madre Eloísa y el carácter recio, y a la vez humilde, de su padre. En todo caso, es ambicioso, valiente, no tiene miedo a nadie, pero sí mucho respeto, y alza la voz cuando lo tiene que hacer, aunque sobre todo arruga a sus rivales en la carretera. Sobre la bicicleta, vuela ligero (mide 1,67 y pesa 59 kilos) sobre las montañas y pocos lo puede discutir. “Claro que temo fracasar y defraudar, pero pienso que no lo haré”, decía este año en una entrevista. Inteligente, maduro, y pícaro. Una cabeza que unida a su poder físico y sus virtudes le hacen ser un corredor extraordinario y temible, versátil, y fabuloso en la montaña.
Vicente Belda lo descubrió de juvenil y se quedó asombrado. “Sabíamos que iba a ser muy bueno porque los datos que daba en la prueba de esfuerzo eran impresionantes. Eran tan buenos que, pensando que se había producido un error, tuvimos que repetírsela”, ha contado sobre Quintana, y convenció a Unzué para que lo fichara. A partir de ahí, la historia deportiva del colombiano se dispara. Compitió por primera vez en Europa con el Boyacá es para Vivirla y ya dejó su selló. Y al año siguiente comenzó su idilio con Francia al ganar el Tour del Avenir por delante de Talansky, Pantano, Slagter, Landa y Bardet. Pero nadie imaginaba lo que iba alcanzar la cima tan rápido, segundo en el Tour y primero en el Giro con tan solo 24 años.
Su crecimiento se disparó desde que Unzué lo reclutó para el Movistar Team en 2012, sobre todo, con una etapa del Dauphiné, que le destapó a nivel internacional al batir al Sky de Wiggins y Froome y al propio Cadel Evans. El año pasado llegó al Tour después de dos meses sin competir, ya había ganado la Vuelta al País Vasco, pero lo que hizo en Francia fue fantástico, segundo, vencedor en Annecy, ganador de la montaña y mejor joven. Sin límite. Colombia vibró y lo elevó al cielo, y en el Giro ha demostrado que se trata del corredor del presente y del futuro en las ‘grandes’ Vueltas.
“Está claro que igualar la pasada temporada será difícil, pero tampoco es imposible. Si trabajo como hasta ahora, pienso que las cosas irán saliendo bien. El objetivo es un podio en una Grande”, era su misión para este 2014, y ya lo ha superado, y con creces. Sigue muy rápido. Su próximo reto, el más difícil, alcanzar el triunfo soñado en el Tour de Francia. Será en 2015. En su cabeza y sus piernas esta la palabra del triunfo que sabe está a su alcance. Solo es cuestión de un tiempo que juega a su favor.
Con información de Giuseppe Acquadro
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