Editorial

Las Escapadas de Héctor Urrego: La vida (del ciclista) no vale nada

Al igual que la vieja canción mexicana (La vida no vale nada) que seguramente se ha repetido cientos o miles de veces, también en el mundo del ciclismo es de vieja data y repetidamente sucede que la vida (del ciclista) no vale nada, a juzgar por la manera cada vez más frecuente con la que se da cuenta –no solo en Colombia– sino en el resto del mundo, de toda una serie de usuarios de la bicicleta muertos, heridos, fracturados, incapacitados temporalmente o de por vida, gracias a la también cada vez más frecuente muestra de intemperancia, irracionalidad, falta de comprensión, falta de respeto por la vida o la integridad de un ser humano, de que hacen gala quienes cómodamente tripulan un vehículo automotor.

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Al igual que la vieja canción mexicana (La vida no vale nada) que seguramente se ha repetido cientos o miles de veces, también en el mundo del ciclismo es de vieja data y repetidamente sucede que la vida (del ciclista) no vale nada, a juzgar por la manera cada vez más frecuente con la que se da cuenta –no solo en Colombia– sino en el resto del mundo, de toda una serie de usuarios de la bicicleta muertos, heridos, fracturados, incapacitados temporalmente o de por vida, gracias a la también cada vez más frecuente muestra de intemperancia, irracionalidad, falta de comprensión, falta de respeto por la vida o la integridad de un ser humano, de que hacen gala quienes cómodamente tripulan un vehículo automotor.

Los más recientes casos -Oscar Sevilla en Colombia y Laurent Jalabert en Francia-, nos ponen al frente de un cuadro social que causa preocupación ante la ferocidad y la violencia con que el conductor del bus, buseta, camión, automóvil, etc. tropella al usuario de la bicicleta (que la usa como medio de transporte para ir al estudio o al trabajo, para divertirse en ella, o como herramienta de su propio trabajo ya en la ciudad o en las carreteras), sin miramientos de ninguna naturaleza, haciendo gala de un índice de violencia y agresividad cada vez mayores.

Diariamente el ciclista es objeto del insulto, la cerrada, el madrazo, el pitazo o el cornetazo, la frenada adrede e intempestiva con el fin de hacerle daño, de verlo caer, sin tener en cuenta la fragilidad de ese ser humano que está en permanente equilibrio, apoyado en una superficie que tiene entre 2 y 5 centímetros de ancho y que por lo tanto necesita solo del más leve de los roces para irse al suelo y caer a la orilla -si tiene suerte- o debajo del vehículo de marras, o a su lado o detrás con múltiples consecuencias. Lo miran como al peor de sus enemigos y prefieren pasar por encima de su frágil cuerpo y bicicleta antes que disminuir por unos segundos la velocidad, antes que frenar por una fracción de segundos a fin de evitar el hospital o el cementerio para su ocasional “enemigo”.

El conductor de hoy, se siente imbuido del poder que le brinda el tamaño de su vehículo, el confort que le brinda saberse protegido por una pesada carrocería y la seguridad de estar siempre en el dominio de la situación frente al equilibrio y no piensa ni por un solo instante en el ESTADO DE INDEFENSION en que se encuentra el ciclista o los ciclistas a los que se propone atropellar física o verbalmente en cuanto los encuentra en su camino. Tampoco piensa el conductor, en que esos seres que van en bicicleta son de la misma sociedad a la que el conductor pertenece, tienen familia, viven en el mismo país, la misma ciudad y tienen el derecho pleno a compartir la vía, la calle, la cicloruta.

Esto, sin hablar del peligro que también significa ir en bicicleta y estar expuesto al atraco, al robo, y también a ser herido, o de perder hasta la propia vida además de perder la bicicleta, el teléfono, los documentos y todo lo que lleve consigo en ese momento fatal. Así las cosas, bien sombrío es el panorama del ciclista de hoy, frente al peligro latente de enfrentar al conductor del vehículo automotor de cualquier tipo o tamaño o al criminal de turno.

Hace buena falta que las autoridades y entidades respectivas- policivas y alcaldías -emprendan una campaña de socialización, orientación, ilustración a los millones de conductores que pululan por las calles y carreteras de las ciudades y del país para que detengan el ímpetu de atropellar ciclistas por considerar que la vida de ellos no vale nada.

Buena falta hace también, que el conductor del vehículo automotor tome conciencia por sí mismo, de la presencia del ciclista en la calle o en la carretera y tenga presente el significado y las consecuencias de atropellarlo sin miramiento alguno mientras el conductor se encuentre debidamente protegido, lo que se convierte en una lucha demasiado desigual y con un solo y eterno perdedor: el ciclista. ¿Hasta cuándo?

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